El pasado 09 de octubre, se cumplieron 28 años del nacimiento de un proyecto que, como hace días me comentó su creador, se convirtió en un proyecto de todos. Hace tiempo quería escribir sobre el fenómeno de La Peña de Sancho Panza, pero no encontraba el momento para hacerlo… a raíz del confinamiento a causa de la pandemia por el COVID-19 y, viendo que son varias personas a las que les ha llegado la nostalgia (tal vez por los efectos del aislamiento) sobre lo que vivieron en este lugar, me he dado a la tarea de realizar una crónica de este emblemático lugar de Ciudad Juárez en la década de los noventas del siglo pasado. De antemano ofrezco disculpas por mi atrevimiento, ya que lo único que estudié para poder escribir, fue el Taller de Lectura y Redacción en mis tiempos de bachillerato. La verdad no aprendí mucho, tuve que hacer examen extraordinario para aprobar.
Sin duda, La Peña de Sancho Panza
no fue el primer lugar de este tipo en Ciudad Juárez, que se caracterizara por
tener dentro de su elenco un vasto grupo de trovadores y folcloristas. Hubo
otros, de los cuales he sabido por gente cercana pero, lamentablemente no tuve
la fortuna de conocerlos, pero sé que estuvieron y, es justo reconocer el
legado de cada uno de ellos… ahora, a la distancia, también el que dejó la Peña
de Sancho Panza.
El inicio.
Bueno,
como es un relato muy personal, tendré que iniciar con esto. Además, la
historia de La Peña y la de El Cántaro (y con sus integrantes) van
prácticamente de la mano.
En 1989, llegué a esta ciudad con
la firme intención de cursar mi carrera como Ingeniero Agrónomo Zootecnista, en
la extinta Escuela Superior de Agricultura Hermanos Escobar (E.S.A.H.E) Fue en
esta institución en la que tuve la suerte de coincidir con José Alberto Dávila,
quien fungía como director de La Rondalla Cebollera y de la cual formé parte. Este
ya emblemático personaje de la música juarense fue, en principio de cuentas, el
que me acercó a lo que se denomina como “trova”, “canto nuevo” y/o “música
latinoamericana” (el debate sobre estos conceptos lo dejaremos para otra
ocasión) Después de escuchar sus historias y la música que amablemente me
compartió, surgió lo que los “cursis” llamarían “amor a primera vista” (no por
José Alberto, sino por esta música) La música de Víctor Jara, Quilapayún, Inti
Illimani, Los Folkloristas, Violeta Parra, José de Molina, Vicente Feliú,
Silvio Rodríguez, Amparo Ochoa, el mismo grupo Canto Nuevo (del cual formó
parte en otro momento José Alberto), Illapu, Pablo Milanés, Roy Brown, Amaury Pérez, la dinastía Parra, entre otros, se
convirtieron en la constante provocación a conocer más de esta acuarela musical
y poética, de la historia de cada canción, del contexto histórico en que se
gestaron.
A finales de 1990, inicia un
movimiento social en Ciudad Juárez: La Toma Pacífica del INBA en la cual,
participamos activamente José Alberto y yo, entre cientos de personas más, por
supuesto. Después de este acontecimiento tan significativo surge el Consejo
Municipal para la Cultura y las Artes “COMCA” y se abre una academia en la cual
empezamos a laborar. Este espacio fue el indicado para que, después de mucho
insistirle, José Alberto iniciara el proyecto del Taller de Música Popular “El
Cántaro”. El Cántaro hace su primera presentación en público el 02 de octubre
de 1991.
El Cántaro en 1991-1992
Mardino, que en su inicio se ubicaba en la calle Inocente Ochoa, entre la calle Lerdo y Corona de la zona centro. Posteriormente, el “negocio” (nunca lo fue, Dino Meza, su dueño, regularmente tenía que disponer de capital que generaba su trabajo como Contador Fiscal) se trasladó a un local ubicado en el Pasaje Josefina, en la Calle 16 de Septiembre. Mardino fue el primer lugar donde El Cántaro fue contratado.
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Fue una breve pero muy satisfactoria temporada en este lugar. En él, tuve la fortuna de empezar a escuchar y admirar a grandes personajes de la cultura de esta ciudad.
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Otro lugar emblemático a inicios de los noventa (del siglo XX, por supuesto) era el denominado “La Raya”. Ubicado en la esquina de la calle Melquiades Alanís y Avenida del Charro, este lugar se convirtió en el segundo espacio donde El Cántaro hiciera otra breve pero sustanciosa temporada. Mantener a un grupo de las características de El Cántaro fue siempre complicado.
En el segundo semestre de 1992, llega a El Cántaro un singular personaje, Rodolfo Lenin († 2018) A Lenin, además de ser un amante de la música, le gustaba vender. En ese tiempo era el gerente del restaurante El Cebollero.
Terminando nuestra breve temporada en La Raya, y ya en manos “mercantiles” de Lenin, llegamos a tocar a otro lugar tradicional de la ciudad: La Tablita (ubicado en el Circuito Pronaf) En dicho lugar, tocamos en las celebraciones por un aniversario más de la Independencia de México, sin embargo, nuestras relaciones con los encargados del lugar, no se dieron en los términos planteados en un inicio por lo que, a pesar de la necesidad del espacio, nos vimos en la penosa necesidad de renunciar tras habernos presentado “exitosamente”… tres noches.
Al concluir nuestro efímero paso por La Tablita (septiembre de 1992) a El Cántaro no le faltaban motivos para continuar. Como muchas de estas agrupaciones, el escenario principal eran las calles, las plazas, las manifestaciones populares, la protesta social.
Coincidencias tan extrañas de la vida
En una de las diligencias que
demandaban su empleo como gerente, Lenin pasa por la Av. Plutarco Elías Calles,
casi esquina con Camino Viejo a San José y se percata que están a punto de
inaugurar un lugar donde podría ser un espacio para presentar a El Cántaro. Se
acerca a platicar con el dueño del establecimiento y concretan un día para
realizar una audición (de esas tan acostumbradas) Eran los primeros días del
mes de octubre de 1992. El lugar, tenía planeado abrir sus puertas al público
el 09 de octubre por lo que nos citaron un par de días antes para ser
escuchados. No sé si fueron las prisas por parte del dueño debido a la cercanía
de la apertura o por otra razón, pero nos contrataron. Cuenta Guillermo Ortega,
propietario original de La Peña, y a quien a partir de ahora nos referiremos
como Guillermo, El Jefe, El Patrón, Willy (todo con admiración y respeto) que
tenía muy claro el concepto que quería para su lugar, pero no había tenido la
oportunidad de salir a buscar a quien se haría cargo de hacer la música en
vivo. El Cántaro a través de Lenin llegó por capricho de la vida.
Inicia El Mesón de Sancho Panza
A partir del 09 de octubre de 1992,
inicia la historia del emblemático lugar. Un espacio pequeño, unas escasas
cinco mesas, una barra de servicio, el escenario (eso sí, siempre tuvo un
escenario) y, una mesa de billar.
Los primeros días, como en casi
todos los negocios, era difícil observar que hubiera gran afluencia. A pesar de
que el aforo del lugar era bastante limitado, rara vez se llenaba. En las
tardes, solían recalar trabajadores de Barcel quienes, por la cercanía de las
instalaciones de su centro de trabajo, llegaban después de la jornada a tomarse
su cerveza para después irse a descansar. También, era común que llegaran
algunos personajes de esos relacionados con la política (principalmente identificados
con una ideología de Izquierda) a efectuar reuniones. Estas tertulias por lo
general se llevaban a cabo en horario vespertino, sin embargo, no faltó aquel
parroquiano que decidía quedarse unas horas más y, se empezó a conocer el lugar
donde tocaban “música latinoamericana”. Lo anterior lo supe después por fuentes
muy cercanas. Pero los asistentes seguían siendo pocos, así que en consenso con
El Jefe, El Cántaro salía a hacer uno de sus “sets” en el estacionamiento de la
plaza comercial, buscando con ello llamar la atención de quienes pululaban por
la socorrida avenida. Poco a poco, incrementó la audiencia.
No es por presumir, pero se nos pagaba $1, 500,000.00 pesos por la presentación del fin de semana. Era 1992. Éramos, como verán, un grupo millonario. Lástima que pocos años después, le quitaran tres ceros a nuestra moneda nacional. Dejamos de un día a otro, de ser millonarios.
En estos inicios de La Peña, El
Cántaro estuvo integrado por José Alberto Dávila, Carlos Ruvalcaba (D.E.P),
Esteban Moncada, Rodolfo Lenin, Félix Ruiz y Leonardo Mendívil. Además del
grupo, estuvieron presentándose Joel Herrera, José Luis Domínguez (con el Trio
Madrigal), el dueto formado por Adriana Rascón y Esteban Moncada, entre otros.
Ya no cabemos
Bueno, poco a poco la estrategia comenzó a dar
resultado y Guillermo tuvo que considerar cambiar de espacio, en el que había
iniciado ya no era suficiente. No se fue muy lejos. Ahí mismo, en el centro
comercial, mudó su lugar al segundo piso, donde el espacio era más o menos el
doble que el del inicio. La mesa de billar también subió.
En este lugar, El Cántaro ya no
continuó presentándose. Pero dejó “encargados”. José Alberto tuvo la
oportunidad de iniciar otro proyecto en el cual, le iba mucho mejor económicamente
hablando. El Cántaro siguió bajo su dirección, la única diferencia es que este
taller musical, ya se presentaba solamente en festivales, calles, plazas,
manifestaciones populares, etc.
Si mal no recuerdo, es en este
periodo en el que cambia el nombre a La Peña de Sancho Panza.
A la salida de El Cántaro, los que se quedan a cargo de hacer la música folclórica, son dos integrantes del ya citado grupo y, bautizan el dueto con el nombre de Los Tarahumayos. Dueto que por lo regular era de tres: Félix Ruiz, un servidor y, otro personaje que realmente llegaba como cliente pero, muy ligado a la historia del grupo y, casi todos los fines de semana, terminaba cantando y tocando con nosotros. Hablo del también célebre (entre un pequeño pero selecto grupo de personas) Sergio Rivera, mejor conocido en el “bajo mundo” como Chirrín.
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Mónica Guerra y Charly |
Además de Los Tarahumayos, en este periodo se unieron las voces y guitarras de Dora Vitela y Sergio Caudillo (Norahua) quienes hacían de las noches de La Peña, una grata experiencia.
Hay que movernos de nuevo.
En los noventas, la zona de mayor movimiento nocturno, además de la zona del centro que nunca “murió” del todo, era el área del Pronaf, justamente en la zona donde estaba La Tablita a la que nos referimos párrafos anteriores. Guillermo quiso acercar su proyecto a donde hubiera mayor movimiento nocturno. Había que crecer.
Un gran reto. El Pronaf se
caracterizaba por ser visitado en su gran mayoría por jóvenes en busca de lugares
“propios” para la gente de su edad, donde se tocara la música de moda,
universitarios en busca de “relajo”… ah, y “cheros” citadinos!
En 1994 se hizo la mudanza.
Llegamos al circuito del Pronaf (casi esquina con la calle Ignacio Mejía) Hubo
mucha gente (ya considerados amigos) que siguió asistiendo a La Peña, pero sin
duda hubo otros que no les cayó muy bien el cambio y, optaron por dejar de
asistir: unos por permanecer “alejados del bullicio y de la falsa sociedad” y
otros, por la lejanía, finalmente solo iban a echarse una cerveza (por supuesto
los de Barcel, fueron algunos de ellos)
Poco tiempo había pasado de este cambio y Guillermo, que no tenía mucho tiempo para estar al tanto del lugar ya que como muchos otros empresarios al iniciar sus proyectos, El Patrón no vivía de lo que generaba La Peña. En ese tiempo, trabajaba en un conocido periódico local en el área crédito y cobranza. Entonces, me ofrece quedarme a cargo del lugar. Gloria, en ese tiempo su esposa, tampoco podía, sus hijos, aún estaban muy pequeños. Bueno, creo yo que esa fue la razón, la verdad no recuerdo si platicamos al respecto. Yo tocaba aun con Félix, en el famoso y efímero dueto Los Tarahumayos. No acepté la invitación de quedarme a cargo. Al poco tiempo de esto, unas semanas después, tal vez, Félix me comenta que va a dedicarle tiempo a otro proyecto que traía con un grupo de doctores, pero haciendo música. Los Galenos, se hacían llamar. Aun no entiendo por qué el nombre. Por supuesto, le hice berrinche, le lloré, le rogué, pero mis súplicas fueron en vano. Se fue.
A raíz del “abandono” de Félix,
volvimos a platicar Guillermo y un servidor para retomar el tema de la oferta
de hacerme cargo del lugar. Antes de quedar en el abandono total, acepté.
Vinieron también los cambios en la música. Un día, llegó un tipo con una guitarra extraña al hombro, el aseveraba que era una guitarra coreana, la verdad yo la veía como una jarana de seis cuerdas, pero tampoco era necesaria una investigación exhaustiva sobre el origen del instrumento. Inició la era con Felipe (que al tiempo también me lo quitó Félix) Felipe, de grandes virtudes musicales, además de versátil. Tocaba tanto rock, blues, trova y entre su repertorio, una gran cantidad de composiciones de su autoría. Necesitábamos más elenco. Felipe me llevó con alguien que conocía para hacerle la invitación de que se integrara al equipo de La Peña. No recuerdo en cuanto tiempo nos dio la respuesta, pero no fue mucho tiempo el que transcurrió. Ricardo Rangel, su nombre. Una voz potente, con un amplio repertorio. Sin duda un digno representante de la poesía de Joan Manuel Serrat en Ciudad Juárez.
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Cerca de la ubicación de La Peña de Sancho Panza, estaba otro foro: “La Casa del Sol”. De ese lugar, se integró con nosotros Martín Vega… todo un personaje. Una de sus características era su sin duda, su carisma, además de sus interpretaciones, por supuesto. “El carnalito”, junto a Ricardo Rangel, fueron sin duda los pilares fundamentales para lo que seguía en la historia de La Peña de Sancho Panza. A ellos se unió también Eduardo Jasso, al igual que los anteriores, con una excelente voz.
En este periodo, Guillermo intentó (y para ello le invirtió capital) hacer crecer el proyecto. Se empezó a invertir en publicidad en medios impresos (no recuerdo si también en radio). Fue la época en la que se prestaba el espacio para hacer la otrora conocida “Batalla de bandas”. Fue el tiempo también en que regresó José Alberto Dávila a La Peña, con Patricio, su nuevo compañero de “andadas” con su dueto Los Charangos (siempre cobraron muy bien, era un logro tenerlos ahí) Llegaron los primeros extranjeros a formar parte del elenco musical, un grupo de Las Cruces que en su repertorio ejecutaban en su gran mayoría música flamenca. Fue la época en que empezaron a llegar muchos músicos, bailarines y bailarinas (y de otros oficios) de origen cubano. Eran contratados para hacer temporadas en varios lugares de la ciudad y, muchos de ellos optaban por quedarse a radicar en la ciudad. Fue con uno de ellos, de nombre Italo, con quien formamos un dueto más para La Peña. Fue escenario para que se presentaran también dos íconos del rock y del blues en la ciudad, me refiero a El Tata (tocando ya en otra dimensión) y Charly (Isaac Viento) Experimentamos haciendo algo de jazz y bossa nova con dos extraordinarios músicos: Carlos Berumen, Alfonso Díaz y un servidor (bueno, experimentando yo, ellos son unos grandes maestros de la música y tenían una vasta experiencia… yo me quedé en la etapa de aprendiz)
Motivo de presumir, es que fuimos
vecinos de lugares extraordinarios como el Café Dalí y otro muy especial lugar:
El Ángel Azul, de Miguel Ángel Berumen. Por cierto, las sillas que después tuvo
La Peña, aquellas que tenían nombres en sus respaldos de grandes directores de
cine, eran de El Ángel Azul originalmente.
Cuando inició el año 1995, han de
recordar que el país sufrió una gran crisis económica. El peso se devaluó
significativamente y, la gran mayoría de los lugares de la zona, se pagaba el
arrendamiento en moneda estadounidense. La Peña no era la excepción y,
prácticamente se volvió imposible seguir con el contrato de arrendamiento.
Había que hacer una nueva mudanza. La Peña en el Pronaf duró un año… pareciera
que el lugar estaba destinado a estar un año en cada espacio que ocupaba.
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Donde estaba La Peña de Sancho Panza |
La Peña se consolida.
Guillermo no se iba a quedar de brazos cruzados, había que encontrar un nuevo lugar. No tardó mucho en encontrarlo, siempre ha sido un hombre empecinado cuando se propone algo. Recuerdo que cuando me llevó al lugar que había elegido para que fuera el nuevo hogar de La Peña, me quedé pensando: “este hombre se volvió loco”. El lugar, si bien estaba aún de pie, no tardaba mucho en caer. Estaba en completo abandono. Muy pronto se empezaron a ver los cambios. Ya les decía, Guillermo es muy empecinado. Fue en octubre de ese 1995, que La Peña de Sancho Panza reabre sus puertas en la Av. Vicente Guerrero, esquina con la Calle Madrid.
Poco a poco, el lugar fue
consolidando su reputación y “ganando” público. Aquí es donde la situación se
pone más complicada para este servidor y su relatoría.
En principio de cuentas, no podía haber una peña sin un grupo que interpretara música latinoamericana (o lo que tradicionalmente se asocia con este concepto) por lo que, se me encomienda la tarea de formar un grupo para tal fin. Recurrí entonces a “viejos” conocidos: Juan Olmos “El Jagger”, Carlos Ruvalcaba “Marro”, Justino y un servidor. Inicia así el Grupo “La Peña” (Tampoco sé hasta el momento el porqué del nombre, así como el de Los Galenos) También se unieron al grupo posteriormente un gran exponente de la danza y la música en la ciudad y, que hoy por hoy, se ha convertido en el máximo exponente de la trova en diversos lugares de Ciudad Juárez, me refiero a Xavier Solorio. Se unieron también Esteban Moncada, Hiram y Gustavo (no recuerdo apellidos, perdón), César Díaz, y también una voz femenina que en breve, doy su nombre. La voz y guitarra de Xavier Solorio como solista también fue pieza fundamental de esta historia del Sancho.
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Xavier Solorio y el inamovible atril café |
Llegó también el grupo TAI a enriquecer la exposición musical. Después de una temporada exitosa en La Peña, deciden retirarse. Uno de sus integrantes, José Zarzosa, regresaría muy pronto con “refuerzos”.
Ahí no termina. De algún lugar de la ciudad, de alguna plaza, de alguna organización popular, hizo su aparición y de inmediato se incorporó al programa musical que semana tras semana y durante muchos años, deleitó son sus interpretaciones a los que buscaban deleitarse con música, pero sobre todo letras con sentido y razón (parafraseando al gran Víctor Jara) Era el intérprete de Alejandro Filio en Juárez, manejaba prácticamente todo el repertorio del famoso cantautor nacional. También, característico de él, fue siempre su humor negro. Hablamos de Tomás Zorrilla “El Zorry” (lamentablemente este año 2020, con otra de sus malas jugadas, se llevó su vida)
Posteriormente nació al lado de José Alberto Dávila (si, otra vez) el Trío Aquimichú quien también hizo su temporada en La Peña de Sancho Panza.
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José Alberto Dávila, Ivonne Torresdey y Leonardo Mendívil |
Un día llega Guillermo y me dice: “cité a una persona, para que la escuches y
me des tu opinión, es que quiero darle variedad a las noches de la Peña”. Realmente
el patrón ya había decidido que este personaje se integrara al Sancho. Hablamos
de Martín Palacios. Entre canción y canción, contaba algunos chistes. La verdad
no era el gran comediante, bueno, si me preguntas ahora, era más bien malito
contando chistes (perdón mi querido Martín si lees esto) sin embargo, uno de
alguna u otra manera, terminaba riéndose.
Una gran voz, con un amplio
recorrido por centros nocturnos de la ciudad y a quien había tenido el gusto de
conocer cuando fui parte de La Rondalla Cebollera se une al equipo. Saulo
Hernández, por lo regular, era el encargado de cerrar las noches de La Peña de
Sancho Panza. Era algo estratégico, a Saulo la gente lo esperaba hasta el final
de la noche… además, él venía de cantar en algún otro lugar de la ciudad.
Mónica Guerra, una voz dulce, una gran compañera y también, referente e integrante de un grupo de músicos urbanos que deleitaron (y lo sigue haciendo) por años a los amantes de la música. Rock, blues, trova, música romántica… en fin, una artista completa. Fueron también infinidad de noches que Mónica junto con Esteban Moncada, engalanaron la programación de la Peña.
Les decía, José Zarzosa, en el verano de 1997 llegó con refuerzos. Sin
duda el grupo musical de mayor éxito en La Peña. Inició la era del Grupo Chaski:
José Zarzosa, Adrián Villagómez, Salvador Delgado, Lupito Delgado, Manuel
Medina y Arturo Vargas († 2020)
Una excelente agrupación, con grandes voces e instrumentos y que dejaron un
gran legado en esta frontera. Tan grande fue el legado de Chaski que nos dejó a
cuatro de los integrantes que originalmente llegaron a la ciudad. Ya no
pudimos, por más que intentamos, hacer que se regresaran a su lugar de origen.
Uno de ellos, aunque sigue aquí, este año 2020 lamentablemente nos privó
también de su presencia física.
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Chaski tiempo después (robándose integrantes) Salvador Delgado, Juan Olmos, Arturo Vargas, Carmen Bencomo y Lupito Delgado |
Además de todo este elenco local (y alguno que otro “importado”) Willy empieza a traer personajes artísticos de nivel nacional e internacional. Sin duda La Peña se convirtió en todo un fenómeno. Pocos empresarios se habían atrevido a lo que Guillermo sí. Llegaron Carlos Díaz “Caíto” (D.E.P.), Mexicanto, Alejandro Filio, Viola Trigo, Oscar Chávez (La presentación de Oscar y los inmorales hermanos Morales fue en el Auditorio Cívico Municipal “Benito Juárez”), Alejandro Santiago, Alejandro García “Virulo”, Gerardo Peña, Roberto Valdez, Carmina Cannavino, Delfor Sombra, Amaury Pérez y muchos otros que la memoria no me permite recordar.
Otro aspecto característico de este nuestro patrón era que, buscaba la armonía entre el personal que ahí laboraba. Esto sin duda fue otro de los aciertos. Un domingo de cada mes, nos reuníamos invitados por él, a comer y beber aguas frescas de temporada. Los músicos no tenemos fama de ingerir bebidas embriagantes.
Aunque cuando se requería, era duro también.
“La Peña, Flaco, ofrece música. La comodidad no es una característica del lugar. Las bebidas y alimentos los pueden ingerir en otros lugares más elegantes. Aquí la gente viene por lo que se ofrece en el escenario”.
Y era verdad, el público realmente iba a escuchar, un público ejemplar. Por esta razón, Guillermo siempre me encargaba que no faltara ni se retrasara el pago de quienes ahí se presentaban. Pudo haber sucedido alguna vez, no lo recuerdo.
Como ustedes verán, La Peña buscaba ofrecer siempre lo mejor y no lo digo porque nosotros estuviéramos ahí, me refiero a que siempre buscó llevar a las expresiones artísticas que pudiera para beneplácito de quienes la visitaban habitualmente. Así, volvieron también noches de rock con excelentes grupos de la ciudad, nuevas exposiciones de caricatura política, obras de teatro, cuadros de pantomima, recitales de guitarra con los maestros Carlos Benitez y con Aquiles Valdez (D.E.P.), grupo de música veracruzana y, un “gran” etcétera. La verdad no he conocido otro lugar con tal variedad. Llegó a tener dos grupos en su programación además de que, en el transcurso de la noche, por lo regular no se repetía un exponente como pueden observar en la imagen, tomada de una página que aún “deambula” por el ciberespacio (un proyecto entre Carlos Ruvalcaba y yo, que se quedó en su etapa inicial)
De verdad, es una lista
interminable de grandes músicos y voces que pasaron por este emblemático lugar,
pido perdón nuevamente por las omisiones.
Iniciaba el año 2000 cuando, por decisión personal, decidí que mi ciclo en La Peña llegaba a su fin. En septiembre de ese mismo año, Guillermo decide vender e irse de la ciudad.
Un lugar que sin duda cambió la vida de muchas personas. Después, la historia de La Peña de Sancho Panza continuó con más de un propietario, la verdad no sé cuántos., sin embargo, la magia del lugar poco a poco empezó a desaparecer, tal vez el ciclo del Sancho también tenía que cerrarse.
No incluí en esta cuasi crónica
anécdotas de las miles que hay, esas las dejaremos para la siguiente pandemia
que nos azote y nos obligue de nuevo al confinamiento.
Tiempo después de la venta,
Guillermo regresó a Ciudad Juárez a arreglar algunos asuntos pendientes. Nos
reunimos, platicamos y en determinado momento de la madrugada, después de
ingerir una variedad de aguas frescas de temporada, le pregunté por qué había
tomado la decisión de vender e irse cuando por fin La Peña estaba bien
consolidada. Con su característico tartamudeo, me dice: “Flaco, La Peña la vendí porque…” Mejor se los cuento después.
Mi agradecimiento infinito a
Gloria, Guillermo, Guillermo Jr, Elsa y Egar.
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